Estos días me estoy acordando mucho de los años en los que estuve viviendo en Pamplona y de aquellos restaurantes a los que iba con mis padres, o mis abuelos cuando venían a verme.

Recordando me han entrado unas ganas terribles de entrar en un restaurante, donde el jefe de sala te recibe con una sonrisa, y te recuerda si ya te ha visto antes, aunque hayan pasado meses,incluso recuerda aquel plato que tanto te gustó y que te recomienda de nuevo. Te hace sentir como si estuvieras en tu casa, como si fuera amigo tuyo, porque te habla con la confianza de alguien al que conoce, porque le ha dado de comer, y ha vuelto a su casa. Está agradecido, es un reconocimiento al trabajo bien hecho. Y a ti te hace sentir especial, porque enseguida te cuida, te sienta, te ofrece una copa, un aperitivo, te agasaja. Qué importante es un buen jefe de sala.

Cuando entras en esos restaurantes se respira tranquilidad, son silenciosos, aunque haya mucha gente, y puedes conversar con tus acompañantes sin necesidad de elevar el tono de voz escuchando perfectamente al de al lado. Qué importante es una buena insonorización en un restaurante.

Está todo perfectamente cuidado, limpio, las copas relucientes, los manteles perfectamente planchados, las servilletas graciosamente dobladas. Qué sensación más buena es esa en la que sientes lo perfectamente cuidado que está todo para ti. ¿Qué es lo que me espera? no puedes imaginar que el resto de la obra sea malo.

Los camareros, siempre amables, sin llegar a ser pesados, siempre atentos a los tiempos entre plato y plato, a si una copa está vacía, a si se ha caído tu chaqueta de la silla.

Ese producto navarro tan bueno. Qué cocina más rica. Qué sabores.

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Estoy hablando y me estoy acordando del Hartza, ya desaparecido, del Josetxo, del Alhambra. Qué sitios tan maravillosos y tan sencillos al mismo tiempo. Qué especiales.

Sé que en Alicante también existen, y me encantan, pero disculparán mi nostalgia. Son sitios bonitos, agradables, donde puedes disfrutar de una buena comida, que siempre será mejor si la disfrutas con la mejor compañía y en un sitio donde te hagan sentir como en tu casa.

Qué trabajo tan bello el del hostelero. Duro, sí, pero precioso.