No había estado nunca en Valladolid y el otro día tuvimos la oportunidad de acercarnos y conocer un poco la zona. El motivo del viaje fue visitar una de las bodegas con las que trabajamos, Bodegas Antaño, y probar in situ su vino MOCÉN.

No quería alargar mucho este post, así que lo voy a dividir en partes. Porque me gustaría hablar un poco del ambiente que hay por esas tierras castellanas. Y después os cuento cositas de MOCÉN.

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Como seguramente habréis deducido, en esta época, por esos lugares se cumple aquello de “Cuando grajo vuela bajo hace un frío del carajo” Pues yo no vi los grajos, pero seguro que revoloteaban por allí, porque fresquito hacía. Y aunque íbamos preparados – yo me enfundé mi traje de muñeco michelín – ya llegamos con miedito, así cómo somos los de Alicante, que salimos de la terreta y en todos sitios nos parece que hace un frío polar.

La primera impresión que tuve de aquella ciudad fue su gente, me los imaginaba un poco como a Miguel Delibes, castellanos serios, recios y con caras de bonachones, y lo confirmé. Y como Delibes, me fijé que todos ellos tienen apego al campo y a la naturaleza de su tierra. Este cariño por la tierra se nota después cuando te sientas a la mesa. Con el cuidado que ponen sobre el terreno se consigue que las materias primas de la gastronomía sean de una calidad excepcional. La carne, las legumbres, las setas, los quesos y el pan, sobre todo el pan, desconocía que el pan tuviera un papel tan protagonista en la mesa. Probamos una clase, el Lechuguino, que es como un pan de pueblo, aunque no igual, y estaba muy rico, pero tienen todo un mundo en panadería.

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Paseando por la ciudad veías los bares y los restaurantes llenos, todo el mundo de pie, comiendo sus tapas, sus platos de carne, sus vinitos, ¡qué buenos los vinos de la zona!, y se les veía alegres. Nosotros, que portábamos 20 kilos de ropa de abrigo cada uno, entrábamos en un sitio y nos asábamos, nos deshacíamos de abrigo, gorro, guantes, bufanda, y aún teníamos calor, pero no podíamos quitarnos más ropa porque nos la colgábamos en el brazo, y: sujeta la copa de vino, la tapa, el que pasa por detrás y sin querer choca contigo, te mueves, te recolocas, vuelta a empezar… jejeje, no estamos acostumbrados, pero la gente de allí sí, y les gusta más comer de pie que en mesa. Costumbres. Ahora, este modus operandi en primavera/verano sí que mola.

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La comida. ¡Qué bueno todo!, es cierto eso que dicen que se come bien en cualquier pueblo de España. Pero lo que me llamó la atención en esta ciudad es que ese cariño por el campo, tanto por la agricultura, como por la ganadería, por la caza, por la pesca, desemboca en un gran respeto por la tradición culinaria de la zona, pero no riñe con las innovaciones en este campo que están ahora en boga y que también gustan.

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Han conseguido la combinación perfecta entre la tradición y las nuevas elaboraciones. Y creo que sus vinos también reflejan este carácter.

Solo estuvimos un día, aunque esperamos volver pronto.

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